sábado, 3 de abril de 2010

Reflexión heterodoxa sobre la Pascua

La palabra Pascua, a pesar de algunas dudas filológicas, que nunca faltan, se asocia con la palabra "paso". De este sentido se da cuenta en Exodo, 12, donde Yahvé dice: "esa noche pasaré por la tierra de Egipto". Dos relaciones evidentes vinculan esa antigua Pascua con la nueva Pascua de Cristo. Una de ellas es la prefiguración de la sangre del cordero, que los judíos debían matar en aquella noche, según las indicaciones precisas de Yahvé, y con ella marcar las puertas de su casa para evitar la muerte que recorrió las calles del país, matando a todo primogénito, humano o animal. La segunda relación se da en que la pasión y resurrección de Jesús ocurre precisamente en coincidencia con los días de la Pascua judía.
Este paso del señor aparece con su perfil semántico característico: un movimiento, un sujeto del movimiento y un lugar de paso. En esa semántica el ser humano no es el sujeto del movimiento, sino que se halla asociado al lugar por donde pasar.
Hay, no obstante, otro esquema semántico del paso. Su prefiguración se halla próxima a la anterior: en el capítulo 14 del Exodo se narra el paso del Mar Rojo. En esta otra figura, sí es sujeto el ser humano. Y en ella, más que en la primera, cobran relieve los términos del movimiento: el de partida y el de llegada. Pasar en este segundo sentido, no es sólo "pasar por algún lugar", sino, "pasar de un lugar a otro". Hay en él, crucialmente, un punto de partida y otro de llegada.
Rescato este segundo sentido para pensar la Pascua, por encima del sentido de redención y de expiación que desde muy antiguo le ha asignado la intepretación cristiana. Según él la Pascua puede ser entendida como una experiencia de apertura a otro estado de realidad. Jesús que muere y resucita es una imagen del recorrido inherente a todo paso, a lo que se suma la transmutación operada entre el primer estado y el estado ulterior.
No hay paso sin lugar de pasaje. No hay paso si la realidad es cerrada.
Vivimos a lo largo de la vida numerosas experiencias en las que sentimos haber dejado atrás algo para comenzar de nuevo, en medio de una realidad que se ha transformado a nuestro alrededor.
La reflexión de la Pascua nos invita a intuir que hay, posiblemente, alguna experiencia que cambie de tal modo la realidad que en vez de transformarla la haga absolutamente nueva, definitivamente otra.