viernes, 3 de abril de 2015

NUEVA REFLEXIÓN HETERODOXA SOBRE LA PASCUA

Agustín fue ciertamente paradójico. Así dice en su poema que aun se canta en la Vigilia Pascual:


O certe necessarium Adæ peccatum,
quod Christi morte deletum est!
O felix culpa,
quæ talem ac tantum meruit habere Redemptorem!


La culpa de Adán - nos sorprende - es una culpa feliz, porque gracias a ella merecimos un tal y tan grande redentor. Antes nos ha dicho que el pecado de Adán fue necesario. Y es difícil no razonar así: lo necesario contiene algo de bien; ergo el pecado es bueno, de algún modo, en alguna medida...
Tal vez le temblaba la pluma al escribir esas palabras, pero no se detuvo. Y las atesoramos como una bienvenida osadía del pensamiento.

Conecto ese texto con el de otro aventurado. Camus, en El Hombre Rebelde, en su capítulo II, sobre la rebelión metafísica dice que el rebelde contra Dios arrastra

...a este ser superior a la misma aventura humillada del hombre y su vano poder equivale a nuestra vana condición. Lo somete a nuestra fuerza de negacióon, lo inclina, a su vez, a la parte del hombre que no se inclina, lo integra por la fuerza en una existencia absurda con relación a nosotros, lo saca en fin de su refugio intemporal para meterlo en la historia, muy lejos de una estabilidad eterna que no podría encontrar sino en el consentimiento unánime de los hombres.

Lo interpreto sintéticamente: la rebelión obliga a la encarnación de dios. O más brutalmente aun: la rebelión hace que dios se haga hombre. Más que la fórmula teológica "dios se hizo hombre", nos dice que el hombre hizo hombre a dios"

Hay una especie de necesidad dialéctica entre los términos, que por cierto se hacen concretos a través del acto libre, del hombre primero, de dios después.

Camus no ahorra tintes trágicos al acontecimiento. Hay algo absurdo en su fondo. Y lo absurdo es, en alguna medida, siempre, un condimiento infaltable de lo trágico. Ambos participantes, dios y el hombre, quedan aunados en ese sentido, devorados por un mal del que lo existente espiritul, es decir libre, no puede escapar sino esquivando su propia condición de tal. 

En el Edén había un camino abierto, uno solo, detrás del cual estaba la promesa de asumir propiamente el conocimiento y la responsabilidad del bien y del mal: la fruta del árbol. No probarla era aceptar el universo de regalo, feliz, pero ajeno en su sentido. Probarla era la desgracia y la muerte. La libertad era simple en el comienzo: apenas un sí o un no a un solo acto. Probada la fruta la libertad iba a ser abrumadora, interminable. Una y distinta para cada individuo...

Pero Agustín nos dice que ese otro camino, en el final, también fue feliz.