martes, 13 de marzo de 2012

PREJUICIOS QUE SUBYACEN AL USO DE LA EXPRESIÓN “TODOS Y TODAS”.

PRIMER PREJUICIO

Las diferencias en el género gramatical reflejan diferencias en el género social o diferencias de sexo.

El género en español es, en la inmensa mayoría de los casos, un mero clasificador gramatical, sin ninguna interpretación semántica. Así, nada en el sentido de la palabra, indica que “nariz” ha de ser femenino y “auto” masculino. La mejor prueba es que en otras lenguas con género gramatical suele ser diferente. Asimismo, el género de muchas palabras fluctúa dentro de una misma lengua (el sartén/la sartén) o ha cambiado en el curso del tiempo.

La flexión de género en español sólo se corresponde con una interpretación cuando hablamos de seres animados, sexuados, y sólo cuando la distinción es de interés social. Distinguimos entre perro/perra, pero no en serpiente, hormiga, comadreja, sapo, etc. El número de sustantivos del español que presentan flexión de género en nuestra lengua es ínfimo en comparación con los que no lo hacen.

Esta autonomía de las formas gramaticales, generalmente motivadas en su origen, pero sólo en su origen, es una propiedad general de las lenguas y no ocurre sólo con el fenómeno del género.

SEGUNDO PREJUICIO

Las expresiones genéricas son equivalentes a, y, por tanto, pueden ser reemplazadas por la conjunción de un sustantivo femenino y uno masculino.

El mejor ejemplo que conozco para desmontar este prejuicio nos lo proveyó Javier Marías: Si en vez de “El perro es el mejor amigo del hombre”, decimos “El perro y la perra son los mejores amigo y amiga del hombre y la mujer”, lo que hemos logrado no es evitar el sexismo, sino hacernos totalmente incomprensibles.

De hecho, muchas lenguas tienen un término especial para el significado genérico, diferente del masculino y del femenino. Otra opción, la del español, es tomar uno de los dos términos y otorgarle significado genérico. Puede decirse que haber tomado el masculino para expresar el genérico es sexista. Puede ser; pero es ésta una opción asumida hace muchos siglos, recibida, no creada, por los actuales hablantes, y de la que la mayoría no son conscientes, razón por la cual no hay, necesariamente, discriminación subjetiva de los hablantes en el momento de someterse a ese uso impuesto por la tradición.

Dicho de paso: tampoco un sustantivo genérico es equivalente a un sustantivo colectivo. “El alumno” tiene un alcance más universal que “el alumnado”: el primero no requiere un reconocimiento de referencia; el segundo, en general lo hace. No hay, por lo demás, un colectivo adecuado para cada sustantivo: “profesorado” alude a la carrera mejor que al colectivo de profesores; y ¿cuál es el colectivo para preceptores y preceptoras, para porteros y porteras, para secretarios y secretarias?

Las distinciones de forma lingüística rara vez son ociosas y tienden a corresponderse con diferentes interpretaciones. Eliminar alguna no es sin costo.

TERCER PREJUICIO

Modificar el lenguaje equivale a modificar la realidad.

Es verdad que muchos cambios de la realidad han comenzado por el lenguaje. Pero también es verdad la inversa: a veces el lenguaje no ha hecho sino buscarle, tardíamente, un nombre a cambios que ocurrieron espontáneamente.

Hay por cierto muchas posturas al respecto. El paralelismo, lleno de atracciones y repulsiones, de concordancias y discordancias, entre lenguaje y realidad, también se manifiesta en la cuestión del género: discutimos en el lenguaje una tensión de dos géneros, cuando en la realidad los géneros hoy en día tienden a proliferar.

Respecto del sexismo, por lo demás, se ha comprobado muchas veces que el lenguaje puede adaptarse mucho más rápidamente que los hábitos, y que, no obstante los nuevos usos, la discriminación continúa. Muchas veces, modificar el lenguaje no nos hace más justos, más ecuánimes, más solidarios: sólo nos hace más hipócritas.