domingo, 29 de marzo de 2009

HOMO LUDENS

Es un famoso título de un libro de Huizinga, un estudioso del mundo medieval europeo.
Así como en la Antropología se impuso el nombre "homo sapiens", que alude a la especie humana de la que formamos parte, por oposición a otras especies humanas preexistentes, y donde "sapiens" remite a alguna capacidad cognitiva mayor, deducible de la mayor capacidad craneana de estos homínidos; o así como se habló del "homo faber", el hombre que fabrica, que se hace instrumentos para potenciar la capacidad física de su cuerpo, accesorios con los que ve más, pega más fuerte, llega más lejos, anda más rápido; así, Huizinga habló del "homo ludens", rescatando, y destacando la propiedad de jugar que caracteriza al ser humano. Se trata no de definir al ser humano, que es indefinible, sino de buscarle aquellas cualidades que lo distinguen y que permiten entenderlo mejor... Homo ludens es el ser humano en tanto que juega, en tanto que el juego nos habla, hondamente, de qué es y cómo es ese ser, qué y cómo somos...
Y diría, porque la frase cae bien, que el juego es cosa seria...
Pero no es precisamente eso lo que quiero decir. Por el contrario: muy pocos momentos de la vida son verdaderamente serios, solemnes, trágicos... La mayor parte, si bien miramos, se nos va en juegos... Porque juego es el arte, y la política, y hasta la guerra a veces, ay, para algunos… Y buena parte de nuestro trabajo. El amor mismo es casi todo juego...
El juego es el mundo del "como si". En él combatimos y confrontamos. Nos alegramos y nos enojamos. Morimos también. Y apretamos "enter" de nuevo y tenemos otra vez tres vidas para arriesgar y perder. Pero el riesgo y la pérdida, y todo, son también "como si".
Juegan los niños, pero en ellos el juego, que es casi la única manera de vivir, dicen que es más serio, porque cumple una función, la de prepararse y adiestrarse para el juego "serio" de la vida... Hasta los animales en su "niñez" juegan de ese modo. El juego del adulto en cambio es un juego no necesario, sino libre. Un juego que se elige jugar.
Al elegir el juego hay como un desapego, como una distancia que uno toma ante sí mismo, una ironía no demasiado cruel de vivir y mirarse vivir como si la vida no fuera la propia, como si se estuviese ante la escena de una comedia ( y no por nada la palabra "play" en inglés, y "jeu" en francés, significan "juego" y también "teatro"). Suprema sabiduría la de no tomarse demasiado en serio! ¿Será alguien capaz de llevarla hasta el borde mismo de la tumba?
Esta capacidad humana de desprenderse de sí es la cualidad misma de la conciencia... De ella nace también la libertad. No puedo evitar ser algo. Y ser algo es haber optado y haberse determinado y circunscripto en un modo de ser. Pero está la conciencia que nos convoca desde algún otro lugar, desde más allá de nuestro yo, y que nos invita a ser otros... Y nos tiende la mano desde allí y nos ayuda a salir, a mirarnos desde afuera, a burlarnos un poco y un poco a compadecernos de nosotros mismos, y a intentar luego la aventura de ser diferentes... A probarnos, como si fuera un disfraz, otro ser. Y a llevarlo un rato, sabiendo que, más temprano o más tarde, lo abandonaremos también para calzarnos otro... Y así siempre... Siendo sin ser, pero siendo más... Siendo nadie y siendo todos, en un camino sin término.

domingo, 22 de marzo de 2009

EL PRINCIPE CASPIAN

ÚLTIMO CAPÍTULO
Está bueno el último capítulo de El Príncipe Caspian. No por la trama de la historia, que en realidad concluyó en el anterior. No sé qué hubiera pasado con el duelo de Peter con el rey Miraz de no ser por la conspiración de los dos nobles telmarinos. No lo llevaba muy bien el pobre… Por otra parte, intuía que los árboles, tan movedizos en toda la historia, iban a jugar un rol. Ellos hubieran desequilibrado, sin necesidad de duelo, la batalla y resuelto la historia.
Los bosques son lugares importantes en la cosmovisión céltica. Y los telmarinos, por alguna razón que se me escapa, les temían desde siempre.
Tal vez si el narrador eligió la opción narrativa del duelo es por resaltar el valor y la nobleza del personaje. Me llama la atención que, a pesar de tratarse de un mundo alternativo, alguien, proveniente de otro mundo, pueda morir en él. Con ello la escena adquirió dramatismo. Tal vez creen los personajes que pueden morir para que la vivencia subjetiva no pierda valor. También es cierto que en Narnia pueden ocurrir acontecimientos que en “nuestro” mundo (¿nuestro? ¿vivimos vos y yo en el mismo mundo de Peter?) serían milagros, o ficciones.
Tal vez eso es Narnia: el mundo del espíritu, conectado con el nuestro, en el que se acumulan los seres creados por la fantasía o descubiertos por el pensamiento o la intuición intelectual. Un mundo de sentidos. Por ello en él conviven Aslan y los faunos. Aslan es la cifra de la presencia de Dios, de una revelación definitiva del mundo superior y trascendente. Los faunos son las tentativas de revelación de un mundo pagano, recuperables en este universo de sentido, pero algo imperfectos en su significación. Hay un comentario muy sugestivo de Susan en el final del capítulo 11. Dice así: “No me habría sentido segura con Baco y todas sus alocadas chicas si nos los hubiéramos encontrado sin estar Aslan con nosotros”. Lucy, que es la que más “sabe”, le responde: “Creo que yo tampoco”. Interpreto que en la visión de Lewis, las teofanías del mundo antiguo adquieren una interpretación definitiva a la luz del evangelio. Algo así dice san Pablo en Romanos, por otra parte.
Es interesante este último capítulo, entonces, no por su importancia en la historia, sino porque da varias pistas y abre varias líneas respecto del conjunto de la saga: la procedencia de los telmarinos, las otras historia que no se cuentan, la clausura de Narnia para Peter y Susan, que ya no volverán porque se estan “haciendo demasiado mayores” ( lo que revela que Narnia es accesible para los niños; o para los que tienen alma de niños). Tal vez por eso Lucy, que es la menor, es siempre la que más entiende.
Es interesante la imagen de las puertas y los pasajes entre mundos. Para una visión tradicional son los lugares de la iniciación espiritual. Dentro de esa concepción el conjunto de la realidad puede imaginarse como una serie de círculos conectados ente sí por un eje vertical: como si fueran ruedas unidas. Quien accede al centro de la rueda encuentra el lugar por donde puede pasar hacia un mundo más alto. Se trata de una visión cósmica simbólica, por supuesto, no física. Y así, las montañas, las lanzas, las piedras erectas, las torres son símbolos de ese eje por donde se puede pasar (Freud después restringió estas imágenes a símbolos fálicos). Los puentes son otros símbolos con igual significación, y de ahí la función del “pontífice”, el que hace el puente, el que hace de puente, nombre por antonomasia de Cristo, y muy propio de quien cumple una función sacerdotal. Recordemos que la palabra “pascua”, precisamente quiere decir eso: paso.
Dice Aslan que cada vez hay menos pasos a Narnia en el mundo de los hijos de Adán y Eva. Esto parece un indicio de una visión algo pesismista de la historia. No me extraña. La visión naturalista de Lewis tiende a repugnar bastante de la historia y del progresismo ilustrado, o hegeliano, con que se la suele asociar. Si extremo los términos cabría decir tal vez: sólo el mito revela a Dios, no la historia, y el mito procede de los orígenes.
“Naturalista” en este contexto no significa una adhesión a un concepto de naturaleza como el conjunto físico del cosmos, incluida la vida. En su sentido, el espíritu también debería ser pensado como “natural”, algo que tiene una manera propia de ser, una manera determinada, dada en el nacimiento u origen. Sin embargo, esa comunidad del hombre con el animal y con el vegetal, que ocurre en Narnia, aparece como un símbolo muy fuerte. En el sentido de este mundo, no se enfatiza la diferencia de lo humano respecto de estos otros órdenes biológicos, sino su comunidad, esto es, lo que tienen en común. El sentido antimoderno de esta concepción es claro. Curiosamente es lo que hoy reivindican muchos de los ideólogos de los indigenismos, de los ecologismos. Encontrar hoy reflexiones en torno de los derechos de la vida, de los animales, de las plantas es cada vez más fácil. Creo que en toda la tradición jurídica de occidente, hasta aquí, el único sujeto de derechos era el ser humano.
En fin, Narnia se nos aparece, en este último capítulo, como todo un mundo, inagotable de historias, un mundo de sentidos para los que habitamos “este” otro mundo, ¿el real? Es curioso lo que dice Aslan, que sólo un hijo de Adán puede ser rey en Narnia. La lógica de los mundos posibles, nacida con Leibniz, plantea siempre, entre sus aspectos teóricos, el de la accesibilidad entre mundos. Si bien lo es cada vez menos, Narnia es un mundo accesible al nuestro. Supongo que Lewis no alcanzó a desarrollar en sus libros la completa historia y geografía de Narnia, pero este último capítulo me ha suscitado deseos de conocer más.

sábado, 21 de marzo de 2009

EL POBRE DE ASIS. De Niko Kazantzakis

La voz que le habla a Francisco y que le pide experiencias extremas, es siempre sin duda la de Dios.En dos pasajes esto se hace muy notable. En la primera, la voz le pide ir a la plaza de su ciudad de Asís y bailar y cantar delante de todos, sus vecinos y amigos de ayer, anunciando la locura de Dios. Kazantzakis nos hace vivir esa experiencia en todo su dramatismo.El segundo pasaje es el del llamado a la pobreza extrema.Pero hay un tercer pasaje, en su viaje a Roma a ver al papa, en que la voz se materializa en un personaje externo - un monje gordo y bonvivant - que le sugiere un paso más en la pobreza, la del alma, que, en último término consiste en renunciar a la esperanza. La voz es, indudablemente, la del Demonio: la aparición se halla rodeada de todos los signos que lo marcan, sin faltar el olor a azufre.Lo notable es que Francisco se siente sacudido por esa voz. Aun sabiendo que se trata del demonio, acoge la invitación como legítima. "A menudo las palabras del maligno son las palabras de Dios", le dice al hermano León. A partir de ese momento Francisco vuelve a vivir un drama semejante al que ya ha estado sometido en las dos ocasiones previas, el de una exigencia suprema: "Un terrible pensamiento me invade!" Dios ha sido terrible antes y que el nuevo desafío sea terrible no indica de por sí que no venga de Dios. El hermano León razona bien: "¿El hombre no tiene sus límites? ¿No es el propio Dios quien los ha fijado? Entonces ¿por qué nos pide que los sobrepasemos? Si no nos ha dado alas por qué nos obliga a volar?"Puede renunciarse a la fama del mundo, puede renunciarse a los bienes y a su posesión... ¿Hay que renunciar también a algo tan íntimo, y aparentemente tan bueno y santo como la esperanza de estar un día con Dios, de verlo cara a cara? Aquello, puede entenderse que nos aparta o nos distrae de Dios... Pero, en cambio, la esperanza es un estímulo, un acicate, para enderezar nuestro camino hacia Dios... ¿También a este consuelo hay que renunciar?Dos observaciones a esto, contradictorias entre sí. Dos textos.La primera proviene del mismo universo cristiano de sentido. Es aquel famoso soneto anónimo que dice: "No me mueve mi Dios para quererte el cielo que me tienes prometido..." No es la promesa, no es el fin, no el futuro al que se aspira, que se espera, la última razón. Es el amor. La virtud teologal de la esperanza, cede en jerarquía a la del amor. Lo decía San Pablo: la fe y la esperanza pasarán, pero no la Caridad.La otra observación está en las antípodas de esta semántica: en Memorias de Adriano, el narrador, impresionado por el indio que se ha arrojado a la pira ardiente, meditado largamente. En su juventud había conocido a Epicteto, del que comenta que "renunciaba a demasiadas cosas". Y agrega: "Yo no había tardado en darme cuenta de que nada era tan peligrosamente fácil como renunciar. El indio, más lógico, rechazaba la vida misma". Frente a ello propone una relación con la divinidad en la que el hombre entra en la trama del mundo y al hacerlo colabora con ella en informar, dar orden, divinizando así, de algún modo, al mundo, haciéndose uno con él.Las dos vertientes místicas, la de un ascetismo de renuncia o la complicación (co-implicación) en la multiplicidad y maravilla del mundo, se basan, posiblemente en dos énfasis diferentes: el primero, puesto en una cierta trascendencia de lo divino, a la que sólo puede llegarse mediante sucesivas y cada vez más dramáticas renuncias, una especie de via negationis, intelectual y vital; el segundo énfasis está puesto en la inmanencia de Dios, que en su extremo último, se llama panteísmo.¿De estos dos caminos uno es mejor que el otro? ¿O, simplemente, son dos vías, para quien quiera, o pueda, seguirlas?Es posible, sí, que más la primera que la segunda, incluya la posibilidad de la libertad del espíritu, y de su soberanía, y de su posible arrogancia. En el comienzo del mismo capítulo donde se le aparece el sospechoso monje Francisco iba ufanándose: "Somos los hombres más libres del mundo porque somos los más pobres." El espíritu que puede desprenderse de todo, y diferenciarse de todo, incluido el ser, habita cumbres de lo humano, donde todo se enrarece... Este Francisco, me pregunto, no se parece a Zarathustra? Sobrepasarse es la palabra. León suplica casi: "Lo que dices sobrepasa la fuerza humana". Y Francisco responde, implacable: "Eso es lo que Dios exige del hombre".