NOCHE DE
ANGELES Y OTROS RELATOS
De Blas
Tadeo Cáceres
Presentación
día 7 de julio de 2019
FERIA DEL
LIBRO COMODORO RIVADAVIA
(Agrego mi participación)
Me toca a mí participar en esta presentación en mi
condición de profesor de Letras, es decir, como un espécimen de esos que
arrojan sobre las obras literarias una mirada incisiva y metódica; soy, además
- advierto - dentro de la especie, uno de esos que, más que en el escritor o
en las circunstancia de su labor, prefiere cebarse en las propiedades de la
escritura.
Blas creo que desconfiaba un poco de nosotros, y seguramente
tenía razón. Y por eso nunca tal vez se dio la oportunidad de contarle, Nelly
Kesen y yo, todo lo que habíamos extraído de su cuento El Buey allá por el año
89, luego de un largo tiempo dedicado a su estudio.
Y es como profesor de Letras, y no sólo como lector, que
puedo declarar aquí que la publicación de sus cuentos es, por fin, un acto de
justicia con una obra que ciertamente merecía ver la luz, la luz pública - la
luz pública de la publicación, valga la redundancia - a través de ese soporte
entrañable que es el papel, que puede ir de mano en mano y cumplir por esa vía
su imprevisible destino. Es una justicia con la literatura misma, que no debía prescindir de esta contribución.
Como el nadador del cuento el profesor de Letras
está casi obligado a sumergirse, a bucear entre las ondas de una textualidad, en
las anfractuosidades sumergidas, y cada tanto, si puede, emerger con la
exultación de sus hallazgos.
Y por haberlo hecho, en aquel entonces con sólo 4 relatos, y
ahora con todos los de este Noche de
Ángeles y otros relatos, y por haber buceado y
emergido exultante, muchas veces, es que celebro este acontecimiento.
Y como
profesor de letras debo, aunque sea brevemente,
justificar mi juicio. Para no agobiar con categorías de análisis, tomo las
tres dimensiones de las retóricas
clásicas, las de la inventio, la
dispositio y la elocutio.
Pero no teman. Esta presentación tendrá un mérito: seré breve. Y,
además, seré leve en el
análisis.
La primera dimensión, la inventio, tiene que ver con los temas,
los asuntos que trata la obra.
Según nos dice el autor han sido extraídos de “la vida real” y
las historias son “verdaderas”. Pero ya
sabemos que no tenemos que creerles demasiado a esos adjetivos “real”,
“verdaderas”, y que, para que el relato se parezca a la vida la imaginación
debe hacer su parte (la palabra latina inventio
recoge bien esa dualidad: lo que encontramos dado, la anécdota que constituye
el centro de la historia, y, luego la invención de los detalles). ¡Y Cáceres
está enamorado de los detalles! Los
detalles llenan esa profusa noche de ángeles, y los ambientes de muchos otros
relatos y nos hacen creer que allí estuvimos, ofreciéndonos la carnadura de lo
real. Pero, como
contrapartida, están los otros relatos, los de
ambientes exóticos, que el autor ha reunido
en un apartado especial de su libro, el
cuarto, pero que lo desbordan y reaparecen en varios otros lugares.
Allí, la inventio no es reflejo del mundo, por lo menos del inmediato, sino
creación de mundo, de mundos.
Blas nos ha facilitado el estudio de los temas y ha intentado
cierta clasificación; y, así es como luego de Noche de Ángeles, que, por
extensión, se ha ganado su lugar aparte, el primero (y también cierto
privilegio en el nombre del volumen), vienen en 2, los del ambiente de su
infancia paraguaya (“allí todo era exagerado, casi irreal”, nos dice); luego,
en 3, los del amor, de los que nos confiesa que le “cuesta forzar los finales
para hacerlos más felices” y, así, nos sustrae del relato, por ejemplo, la culminación
de esa noche feliz de amor que preparó con su bondiola al romero, y con la
música y las luces… Y
nos vemos obligados a imaginarla. Si contamos por número de historias, el amor
le gana a todos los otros temas (nueve relatos). Y por algo debe ser. Es en la
parte 4, decíamos, donde reúne los cuentos que nos trasladan a horizontes
remotos, como de las “las mil y una noches”, nos dice, pero que llegan desde
el cercano hasta el remoto oriente, “historias de reyes poderosos pero
tristes”, según sus propias palabras.
Finalmente, en la última parte, los relatos trabajados por la seducción de
“los paisajes desolados, las grandes playas desiertas, los valles milenarios,
los restos fósiles”; la Patagonia, “hermosa, y “tan solitaria”…
Pero podríamos trazar otras líneas de clasificación. Intento una:
de un lado, los relatos de la fantasía que se demora en la belleza de las
cosas, en las promesas del amor, en el acicate del deseo, en fin, en la
contundente inmediatez del ser y de la vida. No falta, no obstante, nunca, en
esa plenitud, alguna pincelada algo melancólica.
Del otro lado están “las historias dramáticas”, nos dice en la
Introducción. Nombra varias. Yo señalo dos, El Buey, y, por supuesto - otra
vez debo nombrarla - Noche de Ángeles, historias en las que la vida se acerca
peligrosamente a ese borde donde linda con la muerte, y donde alguna ilusión
absurda (poseer un winchester, aunque sea al precio de una enorme
humillación), o algún alarde de coraje o de poder, o al menos, alguna
resignación, son los únicos diques que la vida levanta contra la desesperación
definitiva. De ellos podríamos decir lo que El Rubio dice de El Sapo, en Noche
de Ángeles, con profundidad filosófica sin duda prestada por el autor: “Una
amargura grande le comía por dentro, pero necesitaba seguir”. Estos personajes
son verdaderos héroes, que se ignoran a sí mismos como tales, porque son los
héroes de una épica interior. Para acceder a ella se necesita una narrativa
como la de Cáceres que irrumpe de lleno en la intimidad de las conciencias.
Reconocido el patrón tal vez podemos generalizarlo y trasladarlo
a muchos otros personajes. El mismo narrador de Noche de Ángeles lo hace y
refiriéndose, por ejemplo, a los inmigrantes europeos de otros tiempos, y a los emigrantes nuestros de ahora comenta, con igual filosofía:
“la misma ilusión, atrás las mismas penas”. Si ello es así, tenemos tal vez la
clave de por qué, aun en los relatos donde fluye la esperanza de la vida, no
falta la nota de tono menor: aun en medio de la exaltación de lo inmediato se
hace casi imposible olvidar del todo la precariedad de las cosas, la
fragilidad de lo humano.
Los caracteres dramáticos son memorables. Pero también lo son los
otros. Los que ejercen sin fisuras el oficio de vivir… La niñera de clandestina lascivia; o esa adorable señora
Suzumushi con su amor inconmovible, que es como un lugar seguro y habitable al
que su amante desesperado y escéptico vuelve ineluctablemente después de todas
las fugas.
¡Y los personajes no humanos! La costilla de Ella, tataratataranieta
de Eva, que padece sin queja las apreturas de un amor exaltado y fogoso,
relato “humorísticamente erótico” lo clasifica el autor; y el caballito de madera
de la calesita (relato de una rara perfección), y la flor lila, no humanos
pero dotados de conciencia (algunas de ellos, incluso, toman la palabra). Yo
creía que, en esta línea, era difícil emular a Mujica Láinez…
El personaje tira en la obra de Cáceres. Quiero decir: el
personaje es como un motor que arrastra el discurso. “Cuando uno agarra el
personaje, todo lo demás es fácil”, dice en algún pasaje. Y un dato: en la
Introducción, casi cree deber disculparse porque Noche de Ángeles se le ha
hecho demasiado largo. Su explicación: “algunos de estos cuentos no toleran la
brevedad. Espero que mi exceso me sea perdonado por el eventual lector… ocurre
que a veces uno o varios personajes se rebelan y el cuento corto pasa a ser
largo”. El Rubio, el inolvidable Rubio, ha cobrado vida y al narrador le
cuesta abandonarlo y no seguirlo hasta el final.
Pero dejemos los temas de la inventio, aunque prestan al libro su
mayor interés inmediato. Y pasemos a la dispositio, es decir a la estructura
de los relatos. Nuevamente El Buey y Noche de Ángeles son ejemplares, porque
al lado de los demás, en general más lineales, muestran un gran trabajo de
composición. Los instrumentos de esa complejidad son varios: el
entrecruzamiento de diferentes historias, las diferentes voces y puntos de
vista, que originan planos narrativos diversos, la ruptura de las linealidades
temporales, la apertura
del relato a los posibles narrativos, al futuro.
Elementos para el estudio del lector profesional, el profesor de Letras, pero
que todo lector atento puede percibir, valorar, e
incluso disfrutar. Lo más notable es que estas complejidades, si bien pueden
introducir en un primer contacto de lectura algún efecto de extrañamiento (y
recuerdo que tal efecto ha sido reconocido por la teoría desde los albores del
Siglo XX como uno de las propiedades más centrales de la literaturidad), una
vez procesadas, no obstan a la transparencia de la historia. Los cambios de
locutor en Noche de Ángeles, por momentos son
abruptos. Los diálogos carecen de las habituales marcas notacionales
(ni comillas, ni guiones, ni nada). Y sin embargo el
lector identifica sin vacilar de quién es cada
voz y puede seguirlos con total naturalidad. Hay en todo ello como una
voluntad de adelgazamiento de la mediación narrativa hasta el punto de poner
en escena, teatralmente, a los personajes. Y el lector, así, gana la ilusión
de estar presente. De ser testigo.
Vayamos por fin a la última de mis dimensiones: la elocutio. En
los años 50 los profesores de letras hubiéramos dicho “el estilo”; ahora acostumbramos decir “la escritura”. Se trata de la cualidad de la verbalización, de
esas diferencias que nos llaman la atención o nos sorprenden. Pero también de
la propiedad y la justeza del vocablo, o del giro. Cualidades de lo
microtextual. Allí es donde se juega, muchas veces, el destino de los libros, porque
no basta que la idea sea brillante o profunda. O que la arquitectura sea
compleja y sugerente. También hay que acertar momento a momento en la
linealidad de los vocablos que se suceden
unos a otros. En definitiva, el destino de una obra se juega palmo a palmo.
No es casual que los jurados de Paraguay hayan creído necesario
crear un premio especial para destacar la calidad verbal de su novela Narrador, Narrador.
Con paciencia de orfebre, de bordador, Cáceres talla, teje cada
oración, cada juntura. No abundemos. Leo, como forma de la evidencia
inmediata, uno de los tantos pasajes posibles, elegido casi al azar.
“Nunca viviremos juntos, le dije una tarde mientras mirábamos el
oleaje que rompía sobre un arrecife en una caleta estrecha, a media hora de la
ciudad. Tienes menos años de los que yo quisiera, y yo más de los que tú
desearías tener. Creo que ya es tarde para mí. Ella no me respondió. Jugaba
con las piedras redondas de la playa, pensativa y ausente. Me acerqué a su
rostro y vi que lloraba, en silencio. Las lágrimas habían formado un fino
arroyo de plata sobre sus mejillas rosadas. Era imposible resistirse a esa
imagen y la besé con violencia. Abrió la boca y me entregó su néctar con
abandono.”
Pero no se trata sólo de los modos de la consabida belleza de la
frase.
En el estudio que le dedicamos con Nelly Kesen a El Buey hubimos
de detenernos largamente en una frase: “Al rifle, digo”, tres palabras apenas,
y sin ninguno de los atributos de lo que, convencionalmente, se dice “belleza
literaria”. Y sin embargo, es imposible no reconocer que, en su contexto, abre
sobre el personaje un espacio de inagotable hondura psicológica. También
aciertos como esos componen la escritura. Tres palabras coloquiales que resuelven bien un pasaje, son también arte
de palabra.
En fin, podríamos seguir largamente, pero
es tiempo de que el presentador se aparte a un lado y deje lugar al verdadero
protagonista, a la obra…
Que después de este obligado
preámbulo, de aquí en más, ella, por sí misma, predique sus bondades.
El documento, Noche de Ángeles y otros relatos por fin, felizmente,
está al alcance de todos.
Señoras y señores, pues, pasen y vean por sí mismos.
Pasen y vean.
Pasen y
lean.