sábado, 21 de marzo de 2009

EL POBRE DE ASIS. De Niko Kazantzakis

La voz que le habla a Francisco y que le pide experiencias extremas, es siempre sin duda la de Dios.En dos pasajes esto se hace muy notable. En la primera, la voz le pide ir a la plaza de su ciudad de Asís y bailar y cantar delante de todos, sus vecinos y amigos de ayer, anunciando la locura de Dios. Kazantzakis nos hace vivir esa experiencia en todo su dramatismo.El segundo pasaje es el del llamado a la pobreza extrema.Pero hay un tercer pasaje, en su viaje a Roma a ver al papa, en que la voz se materializa en un personaje externo - un monje gordo y bonvivant - que le sugiere un paso más en la pobreza, la del alma, que, en último término consiste en renunciar a la esperanza. La voz es, indudablemente, la del Demonio: la aparición se halla rodeada de todos los signos que lo marcan, sin faltar el olor a azufre.Lo notable es que Francisco se siente sacudido por esa voz. Aun sabiendo que se trata del demonio, acoge la invitación como legítima. "A menudo las palabras del maligno son las palabras de Dios", le dice al hermano León. A partir de ese momento Francisco vuelve a vivir un drama semejante al que ya ha estado sometido en las dos ocasiones previas, el de una exigencia suprema: "Un terrible pensamiento me invade!" Dios ha sido terrible antes y que el nuevo desafío sea terrible no indica de por sí que no venga de Dios. El hermano León razona bien: "¿El hombre no tiene sus límites? ¿No es el propio Dios quien los ha fijado? Entonces ¿por qué nos pide que los sobrepasemos? Si no nos ha dado alas por qué nos obliga a volar?"Puede renunciarse a la fama del mundo, puede renunciarse a los bienes y a su posesión... ¿Hay que renunciar también a algo tan íntimo, y aparentemente tan bueno y santo como la esperanza de estar un día con Dios, de verlo cara a cara? Aquello, puede entenderse que nos aparta o nos distrae de Dios... Pero, en cambio, la esperanza es un estímulo, un acicate, para enderezar nuestro camino hacia Dios... ¿También a este consuelo hay que renunciar?Dos observaciones a esto, contradictorias entre sí. Dos textos.La primera proviene del mismo universo cristiano de sentido. Es aquel famoso soneto anónimo que dice: "No me mueve mi Dios para quererte el cielo que me tienes prometido..." No es la promesa, no es el fin, no el futuro al que se aspira, que se espera, la última razón. Es el amor. La virtud teologal de la esperanza, cede en jerarquía a la del amor. Lo decía San Pablo: la fe y la esperanza pasarán, pero no la Caridad.La otra observación está en las antípodas de esta semántica: en Memorias de Adriano, el narrador, impresionado por el indio que se ha arrojado a la pira ardiente, meditado largamente. En su juventud había conocido a Epicteto, del que comenta que "renunciaba a demasiadas cosas". Y agrega: "Yo no había tardado en darme cuenta de que nada era tan peligrosamente fácil como renunciar. El indio, más lógico, rechazaba la vida misma". Frente a ello propone una relación con la divinidad en la que el hombre entra en la trama del mundo y al hacerlo colabora con ella en informar, dar orden, divinizando así, de algún modo, al mundo, haciéndose uno con él.Las dos vertientes místicas, la de un ascetismo de renuncia o la complicación (co-implicación) en la multiplicidad y maravilla del mundo, se basan, posiblemente en dos énfasis diferentes: el primero, puesto en una cierta trascendencia de lo divino, a la que sólo puede llegarse mediante sucesivas y cada vez más dramáticas renuncias, una especie de via negationis, intelectual y vital; el segundo énfasis está puesto en la inmanencia de Dios, que en su extremo último, se llama panteísmo.¿De estos dos caminos uno es mejor que el otro? ¿O, simplemente, son dos vías, para quien quiera, o pueda, seguirlas?Es posible, sí, que más la primera que la segunda, incluya la posibilidad de la libertad del espíritu, y de su soberanía, y de su posible arrogancia. En el comienzo del mismo capítulo donde se le aparece el sospechoso monje Francisco iba ufanándose: "Somos los hombres más libres del mundo porque somos los más pobres." El espíritu que puede desprenderse de todo, y diferenciarse de todo, incluido el ser, habita cumbres de lo humano, donde todo se enrarece... Este Francisco, me pregunto, no se parece a Zarathustra? Sobrepasarse es la palabra. León suplica casi: "Lo que dices sobrepasa la fuerza humana". Y Francisco responde, implacable: "Eso es lo que Dios exige del hombre".

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