viernes, 10 de abril de 2020

¿QUÉ ES UNA BECA?

Leo en un cuento de Mujica Láinez llamado El amigo, de Misteriosa Buenos, que “la beca encarnada” “revolotea” “sobre el gabán de paño”… ¿Encarnada, una beca? ¿Revoloteando? ¿Sobre un gabán?
Luego de releer suponiendo un error mío visual o una errata del libro, prosigo, y el mismo autor, que ha previsto mi desorientación (y – adivino - no sin una sonrisita burlona), me aclara, condescendiente, “esa faja que es lo único que le queda de su ropa estudiantil”…
La beca, una faja…
Corro al diccionario, y la autoridad falla, como era de esperar, a favor del burlón: “Faja que como insignia llevaban los estudiantes sobre el manto y que iba cruzada en bandolera por el pecho y la espalda”.

A mi orgullo humillado le queda una única salida: agregarle al episodio algo de teoría, por lo menos, una pedantería desesperada, ya tal vez inútil.
Mentar el término metonimia pueda tal vez salvarme de la vergüenza y permitirme recuperar algo del honor perdido.
De su resonancia culta, de origen griego, se colige que la palabra viene de lejos, pero, desechando las discusiones de la vieja retórica, que hubiera clasificado al fenómeno como sinécdoque y no como metonimia, me amparo para la denominación en la autoridad de un maestro, Roman Jakobson, quien, en su estudio sobre la afasia, distinguió las figuras por similaridad y sustitución (como la metáfora), de las que lo son por contigüidad, como la metonimia.
El concepto en Jakobson es más bien sintáctico, pero para ilustrarlo podemos ayudarnos del  diccionario mismo.
De la primera acepción, ya mencionada, el sentido se va deslizando a objetos vecinos, hasta denotar no ya a la prenda de vestir  sino al estudiante mismo que la llevaba, y luego a la plaza, al lugar, en la escuela, que el estudiante ocupa. Así, imaginemos decir que “la escuela cuenta con una capacidad de treinta becas”, o que “concurren a ella treinta becas”. Se comprende bien el proceso mental: si cada estudiante lleva una beca, da lo mismo contar estudiantes que contar becas. Es lo que ocurre con  el consabido ejemplo de las cabezas de ganado, o el de las lanzas que acompañaban al Cid en su destierro.
Es también un modo de generalizar: si hablo de estudiantes puedo desviar mi atención a rostros y otras señas particulares. Si digo “becas” los igualo a todos en una denominación común. Casi el valor de una variable. Una clase. Un género.
Sentidos figurados, dice el diccionario. Con ello sólo quiere aludir a esa incontenible capacidad del Léxico de una lengua de recrearse incesantemente en el uso, de derivar unos sentidos a partir de otros.
Por suerte, las nociones de metáfora y de metonimia, entre varias más, contribuyen a poner un poco de orden en esa proliferación.
Por fin, para mi sosiego, el diccionario, pero sólo como última acepción, da razón a mi espíritu confundido y me asegura que una beca es, también, lo que yo creía, lo único que yo sabía, esto es, un “estipendio o pensión temporal que se concede a alguien para que continúe o complete sus estudios”. Ya no es cualquier plaza, sino una muy especial, tanto que su sentido no puede ser adquirido sino en contextos. Hay algo delicado y cuidadoso en la denominación… Mucho menos delicados y cuidadosos fueron los franceses cuando al mismo objeto lo llamaron bourse, bolsa, o más antiguamente, monedero, palabra que remonta al griego byrsa, cuero trabajado, odre para el vino, todos ellos procesos de denominación también claramente metonímicos. 
En fin, si nos ramificamos en historias paralelas de otras lenguas, nos perderemos en el infinito..

Hubiera preferido, confieso, contar con otra tranquilidad: que el diccionario marque el término como arcaico. No lo hace. Es más: me dice que todavía se usa en el contexto de actos académicos solemnes. He tenido alguna experiencia no muy directa con tal tipo de actos. Era colorido y había togas negras y birretes, pero no podría decir si los estudiantes llevaban becas. El no contar con la palabra, ay, me privó de ver mejor.


No hay comentarios:

Publicar un comentario