¿QUÉ ES UNA BECA?
Leo en un cuento de Mujica Láinez llamado El amigo, de Misteriosa Buenos, que “la
beca encarnada” “revolotea” “sobre el gabán de paño”… ¿Encarnada, una beca? ¿Revoloteando?
¿Sobre un gabán?
Luego de releer suponiendo un error mío visual o una
errata del libro, prosigo, y el mismo autor, que ha previsto mi desorientación
(y – adivino - no sin una sonrisita burlona), me aclara, condescendiente, “esa
faja que es lo único que le queda de su ropa estudiantil”…
La beca, una faja…
Corro al diccionario, y la autoridad falla, como era de
esperar, a favor del burlón: “Faja que como insignia llevaban los estudiantes
sobre el manto y que iba cruzada en bandolera por el pecho y la espalda”.
A mi orgullo humillado le queda una única salida:
agregarle al episodio algo de teoría, por lo menos, una pedantería desesperada,
ya tal vez inútil.
Mentar el término metonimia
pueda tal vez salvarme de la vergüenza y permitirme recuperar algo del honor
perdido.
De su resonancia culta, de origen griego, se colige que
la palabra viene de lejos, pero, desechando las discusiones de la vieja
retórica, que hubiera clasificado al fenómeno como sinécdoque y no como metonimia, me amparo para la
denominación en la autoridad de un maestro, Roman Jakobson, quien, en su estudio
sobre la afasia, distinguió las figuras por similaridad y sustitución (como la metáfora), de las que lo son por
contigüidad, como la metonimia.
El concepto en Jakobson es más bien sintáctico, pero para
ilustrarlo podemos ayudarnos del diccionario mismo.
De la primera acepción, ya mencionada, el sentido se va
deslizando a objetos vecinos, hasta denotar no ya a la prenda de vestir sino al estudiante mismo que la llevaba, y
luego a la plaza, al lugar, en la escuela, que el estudiante ocupa. Así,
imaginemos decir que “la escuela cuenta con una capacidad de treinta becas”, o
que “concurren a ella treinta becas”. Se comprende bien el proceso mental: si
cada estudiante lleva una beca, da lo mismo contar estudiantes que contar becas.
Es lo que ocurre con el consabido
ejemplo de las cabezas de ganado, o el de las lanzas que acompañaban al Cid en
su destierro.
Es también un modo de generalizar: si hablo de
estudiantes puedo desviar mi atención a rostros y otras señas particulares. Si
digo “becas” los igualo a todos en una denominación común. Casi el valor de una
variable. Una clase. Un género.
Sentidos figurados, dice el diccionario. Con ello sólo
quiere aludir a esa incontenible capacidad del Léxico de una lengua de recrearse
incesantemente en el uso, de derivar unos sentidos a partir de otros.
Por suerte, las nociones de metáfora y de metonimia, entre
varias más, contribuyen a poner un poco de orden en esa proliferación.
Por fin, para mi sosiego, el diccionario, pero sólo como
última acepción, da razón a mi espíritu confundido y me asegura que una beca es,
también, lo que yo creía, lo único que yo sabía, esto es, un “estipendio o
pensión temporal que se concede a alguien para que continúe o complete sus
estudios”. Ya no es cualquier plaza, sino una muy especial, tanto que su
sentido no puede ser adquirido sino en contextos. Hay algo delicado y cuidadoso
en la denominación… Mucho menos delicados y cuidadosos fueron los franceses
cuando al mismo objeto lo llamaron bourse,
bolsa, o más antiguamente, monedero, palabra que remonta al griego byrsa, cuero trabajado, odre para el
vino, todos ellos procesos de denominación también claramente metonímicos.
En fin, si nos ramificamos en historias paralelas de
otras lenguas, nos perderemos en el infinito..
Hubiera preferido, confieso, contar con otra tranquilidad:
que el diccionario marque el término como arcaico.
No lo hace. Es más: me dice que todavía se usa en el contexto de actos académicos
solemnes. He tenido alguna experiencia no muy directa con tal tipo de actos.
Era colorido y había togas negras y birretes, pero no podría decir si los
estudiantes llevaban becas. El no contar con la palabra, ay, me privó de ver mejor.
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