miércoles, 6 de enero de 2021

El siguiente texto fue escrito para el fanzine La Mirilla. 

El tema propuesto era la idea de límite. Yo, no obstante, guiado por mi espíritu de contradicción, me propuse desafiar los límites jugando a construir un texto infinito. Mejor aún: una oración infinita...

El que lea el texto podrá asistir al desenlace de tan desigual batalla.

Los editores de La Mirilla me han dicho que tengo un máximo de 550 palabras para este post y es una lástima porque no sólo el texto que acabo de comenzar sino este mismo primer enunciado podrían ir bastante más allá de ese número o, incluso, no terminar nunca y, aunque el conjunto de palabras de nuestra lengua tiene un cantidad dada, bien que no sabemos cuál es, y aunque ninguno de nosotros las conoce todas, y obviamente yo tampoco, podría ir repitiendo las que sé una y otra vez, no demasiado cercanas unas de otras, porque a todos nos han enseñado que eso no es de buen estilo, pero son tantas que una repetición cada cien o doscientas no se nota demasiado y hasta me animaría a llegar con la ayuda de mi diccionario de sinónimos, a las 550 que me ponen de límite sin reiteraciones de vocablos importantes, claro, ya que las palabritas cortitas de función como “a” y “de” y “que” no valen para esa norma de estilo y no hay más remedio que volver a usarlas, o la misma palabrita “y” que es muy útil si uno quiere escribir un enunciado sin término, lo cual, la verdad, me resulta muy tentador, porque la posibilidad existe y porque tenemos el saber para hacerlo y porque de ese modo uno podría demostrar algo que es como un privilegio de nuestra especie humana, eso que un filósofo llama, algo pomposamente, “la capacidad de infinito”, y sería lindo poder demostrarlo en los hechos y que no quede como una mera aspiración, como algo virtual y en potencia, sería lindo obstinarse, empecinarse en seguir y seguir, sin parar nunca, contra la opinión de esos otros filósofos, más clásicos, que nos advertían que el infinito no existe en acto, que no es algo que se puede abarcar como totalidad, y que, precisamente, las palabras “todo” y la palabra “infinito” tienen algo así como una enemistad entre sí, y tal vez, lamentablemente, tienen razón y en algún momento hay que resignarse a abandonar el intento, como se abandona una rebeldía algo desesperada, porque, independientemente de esos filósofos, y dejando de lado la prescripción de los editores de La Mirilla, que evaluarán sus costos y su disponibilidad de tinta y de papel, vos, lector, seguramente, tampoco vas a tener la paciencia de leer y leer indefinidamente sólo porque a mí se me ocurra hablar y hablar de la misma manera, y sé que tendrás tus ocupaciones, como yo las mías, y que también está la cuestión de la atención y del cansancio y que, en definitiva para eso se han inventado palabras tan útiles como “etcétera” o ese otro giro, tan elegante, “y así sucesivamente”, que vienen en nuestro socorro y que nos alivian de la fatiga desmesurada de querer lidiar indefinidamente con el lenguaje, cosa que, a pesar de todo, venimos haciendo como especie, de modo tal que donde uno deja y se da por vencido aparece otro que toma la posta y lo sigue intentando, y es lo que yo, justo ahora que me acerco a las 550 palabras, quería hacer para decir algo acerca del tema de los límites, porque luego de todo lo que han dicho unos y otros pensadores al respecto, creo que no estaría de más agregar que

Lamentablemente, por razones del estricto espacio asignado, no es posible dar continuidad al texto que nos envía nuestro colaborador (Nota de los editores)


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