martes, 22 de octubre de 2019


“Señor Caballero, miémbresele a la vuestra merced el don que me tiene prometido…” le dice Dorotea, haciéndose pasar por la princesa Micomicona, a Don Quijote, en el capítulo XXX de la primera parte.
Con la ayuda del contexto, y un poco de inglés (remember: recordar) podemos llegar a arreglarnos solos para entender. El verbo membrarse, en efecto, no lo encontraremos en cualquier diccionario. Don Francisco Rodríguez Marín, el prolijo anotador de mi edición, por eso, cree necesario aclararme: “voz anticuada, equivale a acordarse”.
Los verbos relacionados con las facultades mentales – en este caso la de la memoria – siempre tienen historias interesantes y llenas de episodios.
En latín el verbo era memini, pero bajo esa forma ha desaparecido y sólo sigue resonando la raíz mem-. Si nos vamos más atrás, a la lengua madre del latín, el indoeuropeo, hay, además, una n, y que se reconoce en el griego antiguo, hermano del latín, culpable de que sea tan difícil pronunciar “mnemotécnica”. Y, por supuesto, a los griegos, que tenían el don de divinizar todo, no les faltaba una diosa, Mnemósyne, la Memoria, que era nada más ni nada menos  que la madre de las Musas.
El verbo de nuestro ejemplo procede del correlativo adjetivo memor, que tanto podía aludir al memorioso como a lo memorable, es decir a la persona que recuerda o a la cosa que no se puede olvidar. De memor derivó memorar. Y de memorar pasamos a membrar. Para entender ese cambio hay que saber que, primero, desapareció la o, y que, luego, el parecido de los sonidos b y m (ambos se pronuncian juntando los labios, por lo que les decimos bilabiales) y la mayor facilidad para pronunciar el grupo –br- que el grupo –mr-, todo eso conjuntamente, llevó a la forma final membrar.
Que también desapareció. Hoy, nosotros en español decimos acordarse. Y también decimos recordar. Reconocemos allí la raíz cord-, la de corazón. Hoy el cerebro le disputa al corazón el lugar central que tuvo, como sede de la subjetividad, en una antiquísima tradición, que explica esta etimología. Todavía hoy en francés, o en inglés, en par coeur o by heart, se apela a la mediación del corazón para expresar que algo se sabe de memoria.
Esos dos verbos son interesantes también en dos al menos de sus componentes funcionales.
Uno es el se que acompaña a acordarse  y que también estaba en membrarse. Ese se está allí para recordarnos que el de la memoria es un acontecimiento que ocurren en un sujeto y queda en él, sin trascender más allá, “dando vueltas en la cabeza” por así decir. Como ese elemento falta en recordar podemos con él intuir esta actividad como deliberadamente aplicada a algo. O sea que la voluntad puede mezclarse en el recordar y no en el acordarse. El acordarse nos ocurre, sobreviene como sin querer. Y por eso sería muy raro decir: “tengo el propósito de acordarme mañana de vos”.
El otro componente interesante, no léxico, es re-, que ya encontramos en remember, que sugiere un movimiento hacia atrás, de re-greso, y que parece concebir a la memoria como un afán de contrariar la dirección de la flecha del tiempo.
El francés, que usa y abusa de ese prefijo, lo incluye en sus dos verbos más usuales: se rappeler, se souvenir.
El primero, se ha conformado con la ayuda del verbo appeler, llamar. Como si el que recuerda llamara a los acontecimientos del pasado, a venir aquí, otra vez, de nuevo, al presente. Algo semejante se refleja en nuestro verbo evocar, donde se reconoce la raíz de la palabra voz. Y no resisto en este punto la tentación de traer a cuento el famoso verso de Quevedo que empieza así:
Ah, de la vida! ¿Nadie me responde?
Aquí de los antaños que he vivido…
El poeta da voces clamando por su vida pasada, por sus antaños. Esto es: la memoria bajo la especie de un grito que clama…Los que conozcan a Quevedo adivinarán que su poema concluye amargamente (pero contiene uno de los versos más notables de la poesía española, el que dice: soy un es y un será y un es cansado).
Se souvenir, por su parte, alude a algo que viene como por abajo, subrepticiamente. Y por eso traduce bien a nuestro acordarse.
Las vías de la memoria tal vez sean laberínticas, como se dice. No lo son menos los recursos del léxico para hablar de ella.

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